En el corazón de una ciudad bulliciosa, dos ex amantes se encuentran para una última despedida. A medida que las últimas arenas del tiempo se escapan, descubren una profunda comprensión de su pasado compartido y una devastadora aceptación de sus futuros separados.
Bajo el tenue resplandor de las luces de la ciudad, Ella se encontraba en la esquina de una calle cargada de recuerdos. Se ajustó el abrigo con más fuerza, como si intentara protegerse del viento helado y del inminente desamor. Al otro lado de la calle, bajo el parpadeante letrero de neón de su viejo refugio, estaba James. Sus ojos se encontraron con los de ella, una tormenta de emociones girando en sus profundidades azules.
Sus manos se extendieron instintivamente, solo para encontrar aire vacío. Su pasado compartido se desarrollaba en viñetas silenciosas mientras se acercaban el uno al otro. Un beso robado bajo la lluvia, risas compartidas sobre el café de la mañana, susurros apagados de sueños y miedos. Cada recuerdo, un recordatorio conmovedor de lo que una vez fue.
Sin embargo, en medio de la nostalgia, la cruel realidad se filtró. Ahora pertenecían a mundos diferentes. Nuevas responsabilidades, nuevas lealtades. Su amor, una vez vibrante y consumidora, ahora era un eco distante de una canción que solo ellos conocían.
'¿Última bebida?' preguntó James, su voz ahogada por la emoción. Ella asintió, una lágrima silenciosa deslizándose por su fría mejilla. Dentro, compartieron historias, risas, un último brindis. El bar a su alrededor se desvaneció en un borrón, dejando solo a ellos, su latido compartido, su despedida final.
Cuando amaneció, salieron juntos, sus manos rozándose una última vez. Se intercambiaron una última mirada persistente antes de darse la vuelta, cada uno caminando hacia su propio futuro naciente. Y así, se separaron. Los ecos de su adiós reverberaban en la calle vacía, un testimonio de un amor que fue, un amor que podría haber sido.
Las luces de la ciudad parpadearon una vez más, proyectando largas sombras que danzaban a su paso. El dolor de la separación era agudo, la despedida agridulce. Pero en el desamor, había aceptación. Aceptación de que algunos adioses no son el final, sino el comienzo de un nuevo capítulo.
Y mientras se alejaban, llevaban consigo los ecos de su amor, resonando en su interior, una melodía que solo ellos podían escuchar.