Los informes son impactantes, los detalles devastadores: una presentadora de noticias de 29 años murió tras caer desde el tercer piso de su casa mientras intentaba escapar de unos ladrones armados, una historia difundida en todos los medios y que nos llega con la fuerza brutal de una catástrofe [1][9]. En la economía de la atención, las tragedias llegan como alertas y miniaturas antes de volver a ser humanas. Como crítico de arte que estudia cómo las formas de ver moldean las formas de sentir, sigo volviendo a una pregunta difícil: cuando nuestros encuentros con la pérdida se vuelven cada vez más mediados—envueltos en video de alta definición, curación algorítmica, incluso narrativas “inmersivas”—¿profundizamos nuestra capacidad de empatía, o simplemente perfeccionamos la coreografía de mirar hacia otro lado? La respuesta depende menos de la tecnología que de la intención, el contexto y de si el diseño de nuestras interfaces culturales honra a la persona más allá del titular.
Tratar un titular como este simplemente como contenido sería un fracaso ético, pero el fracaso no es inevitable. Se diseña o se evita en las decisiones que tomamos sobre cómo miramos, cómo nos reunimos y cómo narramos. La inmersión puede ser una prótesis para la atención, una forma de mantenernos en una escena más tiempo que un deslizamiento; también puede ser un anestésico, suavizando la fricción que hace que un encuentro sea moralmente urgente. La imaginación social crece cuando la forma y el sentimiento se alinean, y se marchita cuando el espectáculo ahoga la intención.
Los hechos son claros y escalofriantes: una joven periodista, intentando huir de ladrones armados, cayó desde el tercer piso de su casa y murió, según múltiples informes [1][2]. Eso es todo lo que necesitamos saber para sentir el peso de su vida y la violencia que la terminó; lo que hagamos a continuación con ese conocimiento define la cultura que estamos creando. Nuestras redes nos tentarán a hacer clic en un carrusel de tragedias adyacentes, a pasar del shock a la fatalidad ambiental en segundos. Preguntar si los medios inmersivos ayudan aquí es preguntar si el diseño de nuestra atención—su ritmo, textura y umbrales—respeta el duelo o lo metaboliza en compromiso.
Consideremos un escenario diferente donde la atención se cura tan cuidadosamente como la iluminación: la comedia en vivo de televisión. Un relato reciente de la nueva temporada de Saturday Night Live argumenta que el programa está “leyendo la sala”, modulando el tono y el contenido para adaptarse a un estado cultural volátil [3]. Esa calibración es su propia forma de inmersión: no gafas o 3D, sino empatía editorial—un intento de mantener un espacio compartido donde la risa y la ansiedad puedan coexistir sin trivializar ninguna. Si las instituciones convencionales pueden ajustar presencia y moderación en tiempo real, los espacios artísticos y las plataformas también pueden; la inmersión no es una máquina, es un pacto social.
El arte material aún enseña lo que las pantallas arriesgan olvidar. Una reseña de los tapices de Mour Jaouda describió textiles que “contienen el mundo”, un arte de enredo donde los hilos no son solo medios sino significado [4]. El cuerpo conoce esta diferencia: al estar frente a una superficie tejida, ajustamos nuestra respiración; percibimos el tiempo en la urdimbre y la trama; sentimos el trabajo como un hecho moral. Cuanto más migramos nuestros encuentros a entornos sin fricción, más deberíamos infiltrar la tactilidad en el diseño—latencias, pausas, notas textuales que ralentizan la mirada—para que el contacto se sienta ganado en lugar de extraído.
La política puede ayudar. La Declaración de Patrimonio Abierto aboga por un acceso abierto e interoperable a la cultura, una visión de circulación alineada con la administración en lugar de la acumulación [5]. La apertura, sin embargo, no es sinónimo de espectáculo; el consentimiento, el contexto y la comunidad deben anclar cómo compartimos imágenes de daño y pérdida. Imaginemos interfaces conmemorativas construidas no para aumentar métricas sino para estructurar el cuidado: advertencias de contenido que son invitaciones en lugar de barreras; cronologías que sitúan una vida más allá de su último titular; notas participativas que dan a vecinos, colegas y seres queridos una forma de autorizar la narrativa sin cederla a la viralidad [5].
La apertura puede ampliar el testimonio sin colapsar la dignidad. Nuestros mitos de permanencia también necesitan revisión. Un ensayo sobre la mortalidad nos recuerda que llegará un día en que nadie pronunciará nuestros nombres, una dura verdad agudizada por la ilusión de que internet recuerda todo [6]. Las temporadas de premios y los calendarios institucionales prometen lo contrario—canon, continuidad, memoria ungida—aunque ellos también están gobernados por ciclos de atención [7].
Las comunidades de duelo a menudo hacen lo que los algoritmos no pueden: sostienen el largo término medio, volviendo a canciones, reuniones y rituales compartidos para metabolizar la pérdida con el tiempo, como atestiguan ensayos sobre las muertes de figuras públicas y su “comunidad de pérdida” [8]. Si la victoria total es una ilusión en la geopolítica, la captura total es su prima estética en la tecnología: ningún medio, por más alta fidelidad que tenga, puede representar una vida en su totalidad [9]. Entonces, ¿cómo sería una ética de la inmersión tras un titular como este? Primero, se negaría a tratar la proximidad como prueba de cuidado; la cercanía debe ganarse con contexto, no ser otorgada por la interfaz.
En segundo lugar, privilegiaría la lentitud—pausas estructuradas, secuencias reflexivas y oportunidades para salir—sobre el desplazamiento frenético. En tercer lugar, distribuiría la autoría, invitando a las comunidades a co-crear el recuerdo dentro de marcos abiertos que protejan a los vulnerables y resalten la sabiduría local de quienes conocieron a la persona más allá del evento [5]. Y finalmente, reconocería los límites: algunas experiencias exigen testimonio sin reproducción, atención sin aumento. Lo que espero que la próxima generación herede no es un museo de calamidades representadas en píxeles cada vez más convincentes, sino un estudio cívico donde la tecnología extienda nuestra capacidad de escuchar, sostener y reparar.
Podemos construir experiencias inmersivas que descentralicen al espectador y recentren al sujeto, que intercambien el voyeurismo extractivo por una presencia recíproca, que traduzcan la apertura en acceso con dignidad [5]. Podemos mirar a las artes táctiles que “contienen el mundo” como modelos para el diseño digital que teje el contexto en cada capa [4], y a las instituciones que están aprendiendo, con dificultad, a leer la sala antes de actuar [3]. Sobre todo, podemos tratar cada titular—especialmente los que llegan, no deseados e insoportables—como una convocatoria para crear herramientas que enriquezcan la autenticidad en lugar de eclipsarla, para que nuestros sentidos aumentados nos hagan más humanos, no simplemente más hipnotizados.
Fuentes
- Presentadora de Noticias, 29, Muere Tras Caer desde el Tercer Piso de Su Casa Mientras Intentaba Escapar de Ladrones Armados (PEOPLE, 2025-10-04T20:10:34Z)
 - ‘Querida’ Presentadora Nigeriana de Noticias Cae 3 Pisos a Su Muerte Intentando Huir de Ladrones Armados (New York Post, 2025-10-05T01:19:34Z)
 - SNL Está Leyendo la Sala (The Atlantic, 2025-10-05T19:46:52Z)
 - Tapices Que Contienen el Mundo (Hyperallergic, 2025-10-07T21:47:24Z)
 - Declaración de Patrimonio Abierto (Openheritagestatement.org, 2025-10-08T15:37:00Z)
 - Llegará un Día en que Nadie Pronunciará Tu Nombre de Nuevo (Psychology Today, 2025-10-09T14:20:38Z)
 - Premio Nobel 2025: ¿Qué Son, Cuándo Se Anunciarán los Premios? (Al Jazeera English, 2025-10-06T09:07:20Z)
 - Zubeen Garg y la Comunidad de Pérdida (The Indian Express, 2025-10-07T12:58:43Z)
 - La Victoria Total en Gaza es una Ilusión (Project Syndicate, 2025-10-07T13:36:15Z)